Quemó vivos a sus dos hijos para vengarse de su ex esposa


José Bretón denunció que había perdido de vista a Ruth y José, sus hijos de seis y dos años, en un parque. Confesó su crimen diez años después.

El sábado 8 de octubre de 2011, en una quinta familiar llamada Las Quemadillas, en las afueras de la ciudad española de Córdoba, alrededor de las cinco de la tarde, José Bretón cometió el delito más abominable que pueda llevar a cabo un ser humano. Mató a sus dos hijos: Ruth de 6 años y José de 2.

En su llamada a emergencias a las 18.41 dijo llorando que los había perdido en el parque.

La búsqueda que comenzó con las autoridades pensando en un secuestro de un pederasta terminó, pocos días después, en la finca de la familia Bretón. En un rincón de la propiedad, en medio de los naranjos, se veían los restos de lo que parecía haber sido una enorme hoguera.

José Bretón y Ruth Ortiz se casaron y se trasladaron a Almería, primero, y a Huelva, después. En ese lapso de sus vidas nacieron sus dos hijos a los que les pusieron sus mismos nombres: Ruth y José. La primera llegó al mundo el 2 de octubre de 2005 y el segundo, el 10 de septiembre de 2009. Eran una clásica familia tipo de vida acomodada.

Si bien José tenía un coeficiente intelectual privilegiado, lo cierto es que su psiquis hacía agua por los cuatro costados. Estaba obsesionado con el personaje de Jack Nicholson en la película de terror El Resplandor. Sus manías y sus ideas fijas terminaron agotando a su mujer. Ruth era infeliz. Comenzó terapia y eso la ayudó a pensar que debía divorciarse, la mente de su marido parecía estar enferma.

La pareja venía trastabillando y, el 15 de septiembre de 2011, Ruth se decidió: le pidió el divorcio. No fue capaz de intuir el infierno que esto desencadenaría.

Como ex militar, José se consideraba experto en estrategias. Su plan era asesinar a sus dos hijos y que sus cuerpos no aparecieran jamás, eso sería lo que más haría sufrir a Ruth Ortiz. La pena y la angustia se prolongarían en el tiempo. Lo calculó todo con precisión. Cómo y dónde. Fue metódico.

-Le pidió un turno a su psiquiatra, quien lo había tratado años atrás. Fue a la consulta y consiguió que le recetara ansiolíticos y antidepresivos (Orfidal y Motivan). El 29 de septiembre compró los medicamentos.

-El 5 de octubre acopió leña y la llevó a la quinta. Necesitaría mucha para la gran hoguera que tenía pensada.

-Entre el 5 y el 6 del mismo mes, compró gran cantidad de combustible en la ciudad de Huelva y lo guardó en el baúl de su auto.

-El 6 de octubre por la mañana ensayó con sus sobrinos, los hijos de Catalina Bretón y José Ortega, mientras los llevaba al colegio. Los dejó un rato en la plaza. Quería pensar cómo podría ser creíble una desaparición de menores y cómo podían reaccionar ellos al verse solos.

El 7 de octubre fue a buscar a sus hijos a Huelva y, aprovechando que tenía permiso para tenerlos todo el fin de semana, fueron a la ciudad de Córdoba. Primero visitaron a los abuelos paternos. Un poco después, los llevó a la casa de su hermana Catalina. Los dejó jugando con sus primos. Los chicos estaban divertidos. Mientras, él aprovechó y condujo hasta la quinta familiar. Tenía que preparar el escenario y la pira funeraria. Descargó, escondió el combustible y organizó la leña en el lugar escogido.

Luego, regresó a la ciudad y le propuso a sus dos hermanos -Catalina y Rafael Bretón- ir al día siguiente con sus respectivos hijos a un parque infantil llamado la Ciudad de los Niños. Dejó la divertida idea en el aire, sin concretar, era solo una coartada distractiva.

La mañana del sábado 8 de octubre, José y sus hijos estuvieron en lo de Catalina hasta las 13.30. José había quedado a cargo de sus sobrinos mientras Catalina y su marido hacían las compras en un hipermercado. Al volver, José Ortega llevó a José Bretón y a sus hijos a la casa de sus suegros. Ahí tenían el auto: un Opel Zafira. José Bretón les dijo a sus padres que tenía que almorzar con unos amigos. Era mentira. Subió con sus hijos al coche y se dirigió hacia la quinta Las Quemadillas.

En el trayecto de auto habría empezado a suministrarles a los pequeños los medicamentos mezclados con bebidas. Llegaron cerca de las 13.48. Los chicos ya estaban adormecidos. Llamó a su mujer Ruth, pero no la encontró. ¿Qué querría decirle?

Prosiguió con su plan. Durante el almuerzo, los niños habrían sido fuertemente sedados. En un lugar que no se veía desde el exterior de la quinta, José terminó de preparar la gigante montaña de leña entre unos árboles frutales. Colocó allí los cuerpos dormidos de sus hijos. Los cubrió con una mesa metálica y, sin dudarlo, roció el escenario y a los pequeños, que aún respiraban, con combustible. Encendió el fuego.

Usó un total de 250 kilos de leña y 80 litros de gasoil. Los mil doscientos grados de temperatura lo consumieron todo. Las quemadillas, vaya nombre significativo, se había convertido en un horno crematorio.

Se quedó ahí, como de guardia, vigilando esa hoguera humana, hasta las 17.30.

Acto seguido se subió a su Opel y manejó hasta el parque Cruz Conde donde estacionó a las 18.01. Tomó el celular y le mandó mensajes a su hermano Rafael. Le hizo creer que estaba con sus hijos. También llamó a su madre.

A las 18.18 llamó de nuevo a Rafael y le dijo nervioso que había perdido a los chicos. Su hermano y su cuñado fueron inmediatamente hasta el lugar para ayudarlo a buscar a los menores. A las 18.41 José llamó al 112 para denunciar oficialmente la desaparición de los pequeños Ruth y José. Contó que estaban en el parque, que él se distrajo por unos momentos y que, cuando levantó la vista, ellos ya no estaban en las hamacas. Su voz sonaba quebrada, pero no transmitía emociones y la desesperación de ese padre parecía fingida. Precisamente eso es lo que recordarían, durante el juicio, los que recibieron la llamada.

A las 20.43 José fue con sus familiares a la comisaría de la Policía Nacional de Córdoba. No pasó demasiado tiempo hasta que las autoridades dieron con las cámaras de seguridad de las rutas que había tomado José Bretón el sábado 8. En las imágenes se veía perfectamente que sus hijos no estaban en el auto mientras él conducía hacia los jardines de Cruz Conde. En otros registros fílmicos se lo veía traspasando la reja del parque… solo. Había mentido.

Ruth Ortiz se enteró de lo ocurrido por su hermano. Su abogada le aconsejó que denunciara, esa misma noche, las “vejaciones y presiones” que venía padeciendo durante el proceso de divorcio. Los medios de prensa y los investigadores pararon sus antenas: focalizaron su mirada en el padre de los chicos.

Recién a las 5 de la mañana del domingo 9 de octubre, Ruth logró hablar con José Bretón quien le dijo fríamente: “Me ha tocado perder a los niños, qué se le va a hacer”. Ella recordó, enseguida, aquella vez que lo había escuchado prometer que no se iría de este mundo “sin matar a nadie”. Se dio cuenta de que jamás volvería a ver a sus hijos. Había convivido con un psicópata.

En la primera requisa en la finca familiar los peritos descubrieron los restos de una hoguera. Entre las cenizas ennegrecidas hallaron lo que parecían ser pequeños huesos. Los primeros análisis concluyeron que eran restos animales, de roedores y de un perro. Una negligencia de la antropóloga forense de la Policía Científica, Josefina Lamas.

Mientras esto sucedía, las contradicciones de José Bretón sumadas a las imágenes de las cámaras obtenidas condujeron a su detención. Los primeros exámenes psicológicos no delataron problemas mentales en el detenido. Si hay algo difícil de medir es la demencia de los inteligentes.

Seis meses después de la desaparición de los chicos, los testimonios recabados desnudaron la verdad: José Bretón buscaba una cruel venganza por el divorcio propuesto por Ruth Ortiz. La madre pidió una nueva pericia sobre los restos hallados en la hoguera. El antropólogo Francisco Etxeberria examinó las muestras recolectadas y descubrió pequeñísimos fragmentos óseos humanos. Un tercer análisis del experto José María Bermúdez de Castro, el 27 de agosto de 2012, lo confirmó.

Dos meses después, once antropólogos forenses de la Universidad Complutense de Madrid, afirmaron que, aunque estaban muy deteriorados, los restos efectivamente eran humanos. Esas dos pequeñas vidas habían sido consumidas por las llamas.

A casi un año de los homicidios, el 5 de septiembre de 2012, José Bretón fue acusado de haber asesinado a sus hijos con premeditación y alevosía.

Fuente: Infobae

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